XVIII
El deseo enlazado en la cintura;
siento temblar tu cuerpo clandestino
y me ciego en inmenso remolino
frente a tu pecho férreo de armadura.
Arde, jadea, lucha la locura.
Mis cúspides, el lecho blanquecino,
mis muslos y tu roce peregrino,
la humedad de la sombra, la negrura.
Vence y abrasa así mi ciudadela.
Recórreme de besos en cascada,
borracho de pecado. Y en la estela
que limita mi vientre, la bandada
ondulante de curvas que modela
tu armonía de hombre en la alborada.