...a aquellos viernes de hace ya tanto tiempo...

Cada viernes,
nuestra ciudad se viste de letreros
y desnudan sus sombras las aceras.

Habitamos espacios,
como fotografías de otras vidas,
paseando las calles,
las esquinas cansadas de encontrarse
y los bares repletos
de sexo y de palabras.

Mi cuerpo se diluye hacia tu cuerpo
como un interrogante
y, cada viernes, busca los indicios
para acercarse a ti,
para alejarse del cristal de tus ojos
o para descubrir en tu presente
un rastro de memorias.

Madrid elige el viernes luces propias
para la escena que representamos.

Yo, desde las trincheras de mi cárcel,
encadeno el deseo
a las columnas
de verbos y adjetivos…
Mis pupilas se funden con tu boca
o, siempre brevemente, con las tuyas.

Tengo miedo de ti. De decir todo
cuanto debo callar,
de revelarme en alguna mirada.

Tú, tan lejos, tan cerca,
permaneces ajeno
a la tragicomedia de mi noche,
al deseo impensable de tu cuerpo,
a la lujuria esquiva de tus labios
al recurrente sueño de caricias
de cerveza y penumbra.

Cada viernes
te acercas y te escapas
y yo te llamo “amor” como en un rezo,
como en una insistente letanía,
esperando, impaciente, abandonada,
a que un viernes cualquiera,
si la suerte se pone de mi parte, 
decidas que me quieres.