En los últimos tiempos,
el otoño renace de sus propias cenizas
como un fénix de lluvia,
de grises y de olvidos.

Hay balcones de llanto
colgados de las nubes
y ascensores de sílabas subiendo
al absurdo vacío de tus ojos.
Ya no compartes bares con la luna
ni corren las palabras
a dibujar pronombres en tus labios;
ya, tus manos perfectas,
reflejo de sí mismas,
no deshabitan sueños
tan semejantes a las despedidas.

Y este corazón mío, cansado de buscarte
en la letra de todas tus canciones,
en la ausencia de todas tus llamadas
y en los pasos de todas tus aceras,
se ha rendido por fin
a la certeza hueca, indispensable,
de que el mundo se agrieta entre nosotros.

Dime, al menos, adiós. Me lo merezco.
A lo mejor así la primavera
devuelve a cada mes sus cicatrices.