A C.D.

Hace ya tanto tiempo que te había olvidado,
que he buscado esas fotos
en que mi cuerpo aún te conocía.

Fuiste mi ángel caído,
el más dulce pecado de aquella primavera,
con la noche larguísima encarnada en tu pelo
y Depeche embrujando tus ojos abisales.
Te escribía poemas
y dibujé dos alas con el kohl de mis ojos
en tu espalda desnuda.

Hoy me dices que vuelves,
que por fin reencontraste tu Ítaca perdida
y que tu rumbo tiene mi nombre tatuado.

Pero yo ya no soy un hada oscura
ni tú el dragón de Shiryu.
Han pasado mil sueños desde entonces
y es mejor conservarse en los recuerdos.
Piensa, mi bello ángel de las dudas,
que tú y yo, en la memoria y en las fotos,
aún seguimos teniendo veinte años.