XXVI
Lloro mientras resbalas por mi cuerpo,
entre mis pechos lloro
las caricias nacidas
del suave manantial de tu presencia.
Lloro mientras tus labios
se bañan en mi piel y en mis espumas,
mientras nacen ajorcas de deseo,
serpientes de lascivia, poderosas,
domeñando la ausencia y la nostalgia.
Lloro mientras te invoco,
mientras retumba en el silencio virgen
el desmayo del tiempo,
la pura posesión
y algún “te amo”
arrancado del fondo de los siglos.
Y lloro, sin pensarlo,
como quien besa el centro del recuerdo,
mientras cierras la noche
y me dejas vacía del nosotros.